Según
la tradición, la Navidad nos habla del nacimiento de nuestro Señor
y Salvador Jesucristo, pero también nos habla de fiestas,
reuniones familiares, reencuentro de viejas amistades, y sobre
todo de regalos. En Puerto Rico, desde que llega el mes de
noviembre los puertorriqueños empiezan a cambiar su carácter,
terminando por desarrollar un humor alegre. Esto se
acentúa a medida que se va acercando la Noche Buena, como se
conoce entre los boricuas. Esto es, el 24 de diciembre, la
noche antes de Navidad. Después que termina “el día
del pavo”, como ignorantemente lo llaman muchos. Por no
entender que en realidad se celebra el día de acción de
gracias, como se conoce en los Estados Unidos de América.
Pero no tengo tiempo ni espacio para explicar con detalles esto
último. Ya entrado el mes de diciembre se “tiran las
puertas por las ventanas”. Se sacan los ahorros (si
alguno). Se comienzan a pintar, (si fuera necesario, y a
decorar las casas con motivos navideños. Cuando hay los
recursos, se ponen guirnaldas de luces “navideñas”, figuras
representando el acontecimiento en el pesebre de Belén, donde
nació Jesús; figuras de los tres reyes magos, como se conoce a
los magos, o podríamos decir los embajadores que vinieron del
oriente (este). Muchos empiezan a amolar el cuchillo, con
el cual matarán el lechón, y otros por causa de la nostalgia
que le produce su pobreza y necesidad, simplemente desean que
esa temporada nunca llegara. Precisamente un ejemplo de
estos últimos deseo presentar en este ensayo. Pero quisiera que
vengas conmigo y nos remontaremos en alas de la imaginación a
un lugar real de otra época. Así podremos vivir en carne
propia las experiencias narradas aquí. Ven, móntate
conmigo en la nave de las esquelas del pasado…
En
un esplendoroso día 5 del mes de enero del año 1955, cuando el
crepúsculo comenzaba a caer sobre el nítido cielo azul caribeño,
lo que parecía ser una estrella fugaz se deslizó sobre el
infinito firmamento de mi bella Borinquen….La escena se
desarrolla en el Área Metropolitana de San Juan Puerto Rico,
específicamente en el conocido arrabal del Caño de Martin Peña,
llamado el Fanguito. A este sector de la Parada 18 de
Santurce también se le conocía como “La Trinchera”.
Allí vivía la gente más pobre, los más tristes, los
marginados, los deshechos de una sociedad cruel e inmisericorde.
Aunque cada regla tiene su excepción, tengo que decir que en su
mayoría había personas tan pobres, que a veces no tenían ni
para comer. Años antes la humanidad había experimentado
la Gran Depresión. Aquella crisis económica mundial, que
comenzó en octubre de 1929 y se prolongó por muchos años. También después
de la segunda guerra mundial, la humanidad pasó tiempos de
depresión. Me atrevería a decir que los residentes de de
este lugar, por causa de su escases y crisis económica todavía
se encontraban en una etapa depresiva similar. Quizás
para ahogar las penas y suavizar el dolor de las heridas del
destino, era frecuente ver a alguien bajo los efectos del
llamado ron cañita, o pitorro (Ron clandestino preparado por
expertos alambiqueros o destiladores). Como he mencionado
en algunos de mis escritos, la vivienda consistía de casuchas
de madera vieja, enclavadas con socos dentro del fango.
Por ser un terreno pantanoso de aguas negras, estas terminaban
hundiéndose poco a poco. En muchas ocasiones cuando la
marea subía, llegaba hasta el piso. El inodoro
frecuentemente no era otra cosa que un agujero en algún lugar
del piso. O cuando era posible, se construía un muy pequeño
cuartucho, llamado la letrina. Como no había agua
potable, los niños salían con latas y galones fuera de la
laguna, a buscar agua en las “plumas de agua” (o suplidores
de agua potable), que el Municipio ponía en las calles más
solidas del arrabal. Para poder llegar a estas, había que
caminar mucha distancia por los puentecillos de madera como de
18 pulgadas, suspendidos sobre el babote, por socos de madera.
Para dar la sensación de ducharse, se amarraba sobre el techo
interior una lata de leche Denia vacía llena de pequeños
agujeros. Luego se le echaba agua, para que saliera en
forma de regadera. Otro método era poniendo una especie
de “chorrera” en los laterales de la casa donde terminaba el
techo de zinc, para acumular el agua de la lluvia. También
se practicaba el bañarse en los aguaceros.
Para
que puedas experimentar mejor la experiencia narrada,
entremos a una de esas casuchas. Pero tienes que tener
cuidado de no perder el balance, pues como notarás, los puentes
son muy estrechos. ¡Cuidado que “te cortas…!”, como
decimos aquí. Parece que aquel perro sato llamado Bobby
hizo la necesidad ahí. Bueno, ten un poco de cuidado y
mantén los ojos bien abiertos... Bien, entremos en esta casa,
pero no te preocupes que nadie nos puede ver, pues sólo estamos
aquí en alas de la imaginación. Notarás que solamente
hay una cama pequeña de hierro. No tiene siquiera matres
sobre el esprín, o base de alambre, sino lo que parece ser un
pedazo de cartón debajo de una colchoneta media gastada.
Como vez, no hay muebles, tan sólo un pequeño banquillo de
madera como de 10 pulgadas de ancho por 24 de largo. A un
lado de la cama hay una mesa de madera vieja, sobre la cual
descansa una pequeña estufa de gas kerosene. Fíjate el
galón de cristal con un poco de gas debajo de la mesa. O
sí, debo decirte que en ese pequeño envase en forma de galón,
virado boca abajo a un extremo de la estufita, es donde se echa
el gas para cocinar. ¡Hey…! No vayas a tocar esos dos
cilindros del centro, puede que estén calientes, esos son los
hornillos donde sale el fuego. ¿Ves esa apertura en la
pared donde cuelga lo que parece un cajón? Ese es el
fregadero. No, no hay un refrigerador, la familia no tiene
los recursos para tenerlo. Mira bien todo el interior, no
hay ni un cable conductor de energía eléctrica. Sobre
esa tablilla en la pared contraria puedes ver una lámpara
llamada el quinqué. Al prenderse la mecha que sale del
envase lleno de kerosene este produce una llama, cuya luz se usa
para alumbrar. Esos cabitos de cera son de velas ya
gastadas, que también se usan para alumbrar. Esta es una
razón porque hay fuegos frecuentes que arrasan con cientos de
casas, al estar pegadas una cerca de la otra. ¿Quieres saber qué
es eso sobre la otra tablilla? Es lo que se conoce como
una plancha de carbón, pero si miras bien, está inservible.
Sólo la tienen ahí como un adorno para recordar los buenos
tiempos. ¿Que dónde está la máquina de lavar? Muchacho,
eso no se conoce aquí. ¡Vaya…! Mira bien, debajo de la cama.
Eso que ves es un baño de metal con una tabla de madera.
¿Que para qué se usa? Para lavar la ropa, esa es la máquina
de esta pobre gente. El ama de casa echa agua dentro del
baño, que contiene alguna ropa en el fondo. Luego se pone
de rodillas, con su cuerpo descansando sobre el baño, y usando
la tabla, que como ves, tiene cortaduras transversales, allí
estruja la ropa para sacarle el sucio. Luego la remoja en
el agua hasta que quede limpia.
Bueno,
como sabes, hoy es cinco de enero y, ya está cayendo la tarde.
Mejor salimos y nos vamos a celebrar con nuestra familia, pues
mañana es día de reyes. ¡Alerta, que por ahí viene
alguien! ¿Que quienes son esos cinco niños? Son
los residentes de esta casucha. Vienen con lo que parece
ser cajas de zapatos en sus manos. ¿Dónde están sus
padres? Pues es triste decirlo, pero su papá, conocido
como Juan Colón, se encuentra en el crematorio que queda al
final del Puente de la Constitución. ¿Qué si trabaja
allí? Bueno en parte sí, pero la realidad es que
oficialmente no lo hace. Lo que sucede es que el
crematorio, o el Clema, como lo conocen los residentes del
Fanguito, es el vertedero Municipal, donde votan la basura de
todo el Área Metropolitana. Allí va Juan y muchos de sus
vecinos para buscar entre la basura, la comida y alguna otra
cosa que consideren de valor para su sostén. Por eso te
dije que él casi trabaja allí. Por Otro lado, Fidela, su
esposa está tocando las puertas de casas de familia, tratando
de ser empleada lavando y planchando ropa. ¿Que dónde
duermen, si casi no hay espacio? Los cuatro varones
duermen en el piso y la niña que ves lo hace en esa hamaca, que
cuelga a un lado del interior de la casa. ¿Que cómo yo sé
todo eso…? Porque…, yo fui parte de esa familia.
Por lo menos, viví entre ellos. ¡Shhhhh!, espera
un momento, pongamos atención a los niños. Se ven muy
agitados, yo diría que están contentos. ¿Que cómo
pueden estar contentos en un ambiente tan deplorable?
Escucha, pon atención a lo que dicen, para saber de qué se
trata. “Bueno, Albertito, yo espero que este año los
reyes magos nos traigan algún juguete, ya que el año pasado no
pasaron por casa”, le decía, Juan, el mayor a su hermano más
pequeño. “Sí, eso pasó porque no le pusimos
pasto para los camellos”, replicó Francisco, el mediano de
los cinco. “¡Oh sí!, ¡oh sí!”, los reyes sí
llegaron, pues a mí me trajeron una escoba vieja, con una
soga amarrada en la cabeza. Ese era mi caballito que Juan
me rompió, porque nos paramos encima de él cuando estaba
durmiendo”, dijo Albertito. Muchachos, avancen y acaben
de subir, antes que venga papi y nos pregunte dónde conseguimos
las cajas y el pasto. No podemos decirle que las cogimos
en la basura de la tienda de zapatos la Gloria, porque mami nos
tiene prohibido ir allí, pues es muy lejos. Tampoco le
vayan a decir que fuimos al Condado a buscar la yerba”, dijo
Taíto, uno de los niños. “Por favor, corran, que no
quiero que papi me coja por el pelo”, decía Blanca, la única
hermana.
Los
hermanitos entraron rápidamente en la casucha, poniendo las
cajitas llenas de yerba debajo de la cama. Era bastante
entrada la tarde, cuando primero llegó Juan Colón, el padre,
seguido por su esposa Fidela, unos minutos después.
Cuando ella entró, notó que Juan estaba regañando a Blanca,
su única hija. “¿Cuántas veces te he dicho que te
recojas la maranta de pelo esa? ¡Pareces una araña pelúa,
muchacha! Tienes tanto piojos que nos infectas a nosotros
continuamente”. “Juan, Juan, ¡Deja a esa chavá muchacha
tranquila…! ¡Tú siempre con la misma chavienda…!
Además, hoy es Noche Buena, y no es bueno que fastidies tanto”,
dijo Fidela, mientras abrazaba a su hija. “Por eso es
que esta generación está perdía, por las madres ser tan
alcaguetas. Además se ve que estás más loca que el rabo
de una yegua. ¡Mira y que la Noche Buena…! Eso
fue el 24 de diciembre, hoy es víspera de reyes”, contestó
Juan, mientras halaba un saco que había traído. Ese día
para nosotros no hubo noche buena”. “ ¿Cómo pudo
haber Noche Buena? si lo único que comimos ese día fue el poco
de pegao que nos trajo la comay Adela”, replico Adela. “¡Trapo
de mujer!, ¡deja de quejarte tanto!”, continuó diciendo
Juan,” hoy es diferente, mira lo que traje del Clema”.
Comenzando a sacar el contenido. “¡Fo!, ¡fo…! ¿Qué
es esa diablo de peste que sale de ahí?”, dijo Fidela,
mientras ella y los niños se abanicaban la nariz. “Por
favor, ¡no sean tan malagradecidos! Primero se quejan de
que no había nada para la Navidad, ¿y ahora se ponen con esa
poca vergüenza? Ustedes saben que no siempre se consiguen
carnes buenas en el Clema. Aunque sean medias
podridas nos la podemos comer. Pero aquí tengo frutas y otras
cosas medio dañadas. “¿Medio podridas?”, dijo Adela,
todavía abanicándose la nariz. “Mija, por favor..., ¡deja
ya ese follón…!, refunfuñó Juan. “Por lo menos
podemos dar gracias a Dios que tenemos algo para pasar lo que tu
llamas tu Noche Buena… ¡Caramba…!”.
“Perdona Juan, tienes razón” dijo Fidela. “La
verdad es que el año pasado no había ni un buche de café, ya
que tú estabas en la cárcel. Bueno, muchachos, ¡vamos a
celebrar…!”
Esa
noche, se convirtió en una noche inolvidable para aquella
pobre
familia. Entre canticos y jolgorios por parte de los niños
y tragos de ron
canita por parte de los padres, recordaron los
malos y buenos momentos que habían pasado juntos, desde el día
que Juan a la edad de trece años se la arrebató a sus padres
alcohólicos. Ya tarde en la noche, los primeros en
acostarse fueron los niños, cansados, pero con la ilusión que
esa noche los reyes magos sí los visitarían, pues ellos habían
cumplido con el requisito de ponerles yerba para los camellos.
Más tarde, medio embriagado, pero conscientes de la esperanza
de los niños, Juan se veía preocupado. “¿Qué te pasa
Juan? Te noto un poco turbado”, susurro Adela al oído
de su esposo. “Pero, ¿es que no te das cuenta de la
situación? Ya van varios años que no se le puede regalar
nada a los niños, y esto ya me tiene a mi desesperado”.
“Juan, este año las cosas van a ser diferentes”. -“¿Diferentes?,
mujer, si tú sabes que yo no he podido trabajar hace tiempo,
por ser un convicto”. -“Sí. Es verdad, pero hoy toqué
la puerta en una casa, donde me recibió un hombre medio viejolo,
muy amable por cierto. Estuve todo el día lavando y
planchando en su ese lugar. Su esposa, una simpática
mujer, sentada en un sillón de ruedas, estuvo todo el día hablándome
de religión…” Aquí Juan la interrumpió.
“Por favor, ¡no me hables nada de religión! Los
religiosos son esos que tienen los grandes edificios llenos de
oro y mármol, y nosotros aquí muriéndonos de hambre”.
-“¡Shhhhhhh…!, cállate Juan, que vas a despertar los nenes.
Esa gente no es así. Eso mismo yo le dije a la señora,
que no me hablara de religión, mientras trabajaba, pero ella
insistió en contarme la historia de la Navidad. Me
mencionó como Jesús, el hijo de Dios nació en un
pesebre para darnos salvación”. Sí, ya se, esos
Testigos no me dejan tranquilo con eso del reino…”
-Juan, te aseguro que esto es diferente”. -“¿Tú me
vas a decir a mí que esa vieja te lavó el cerebro? ¡Por
favor, Fidela!, no me hagas enfogonar, porque entonces te voy a
enseñar como los religiosos le entraron a latigazos a Dios”.
-“Juan, no fue a Dios, fue a Jesús”. -“¡Bueno, a
quien sea! Termina de decirme qué pasó.” -“Pues
le conté a la señora nuestra situación, y ella me dio lo que
dijo ella, eran unos certificados de regalos para los nenes.”
-“Oye, Adela, eso sí que está bueno, deja verlos.
Ella, metiéndose la mano en el seno, sacó un sobre y se lo dio
a Juan, quien acercándose al quinqué, abriéndolo, trataba de
leer el contenido. --“Mira, dice algo de ropa en la
esquina Famosa de la Parada 15. También hay uno de
zapatos para los Almacenes La Gloria y otros más”, dijo Juan,
cambiando el rostro de tristeza a uno de alegría. –“Vamos a
poner esto debajo de la cama, para cuando los niños se levanten”,
terminó diciendo Juan. Ambos se fueron a dormir muy
contentos. Al despuntar el alba de lo que se convertiría
en una inolvidable mañana, los niños se levantaron muy
ansiosos para buscar debajo de la cama, mientras sus padres los
observaban disimuladamente. Pronto se pudo notar la
frustración en sus pálidos rostros. -“Se los dije, ¡se
los dije…!” Decía Albertito llorando. -“Se los dije,
que los reyes tampoco venían este año, aunque le pusiéramos
pasto para los camellos… ¡Se los dije…!”, insistía.
De repente Juancito pudo notar el sobre en el piso debajo de la
cama y grito: -“Esperen muchachos, quizás en ese sobre nos
dejaron algunos chavos”, dijo Juan hijo tratando de cambiar su
humor. Cogió el sobre, abriéndolo enseguida. Al
ver su contenido, su rostro cambió de apariencia. Muy
molesto tomó los certificados en sus manos y comenzó a
romperlos en pedazos. -“¿Por qué los reyes nos engañaron
este año? ¿Por qué nos hicieron creer que nos habían
dejado dinero? ¡Ojala que se les mueran los camellos…!”
En eso, al notar la tragedia, sus padres se levantaron rápidamente,
tratando de detener a Juancito. Este seguía rompiendo los
certificados, maldiciendo a los reyes con sus camellos.
-“¡A este desgraciao yo lo mato!”, decía el padre,
levantando la mano para agredirlo. –“¡Juan, por favor, no
le vayas a pegar, tú sabes que él no sabe leer…!”
-“Tienes razón Fide, él no sabe leer… ¿Pero qué podremos
hacer ahora que perdimos esos regalos? Los niños permanecían
sorprendidos sin entender lo que había ocurrido. “Además”,
siguió diciendo Juan, es culpa mía por ser un mal ejemplo para
mis hijos. Se dice que hijo de gato caza razón, por eso
es que estos niños son tan corajudos. Pero yo les prometo
que desde ahora en adelante voy a tratar de cambiar mi forma de
ser, para darle un mejor ejemplo a toda la familia. Niños,
en ese sobre había unos certificados de regalos…” -“¿Qué
quiere decir eso?”, interrumpió Blanca. Esos papeles
son como dinero, con ellos podíamos ir a la tienda y comprar
regalos y juguetes”. En eso sienten que tocan a la
puerta de la casucha. –“¿Quien podrá ser a esta hora
de la madrugada?”, dijo Juan, disponiéndose a abrir la puerta.
Al entre abrirla y notar que un hombre de bastante edad estaba
parado allí, cerró la puerta apresuradamente y trató de
esconderse. - “¿Qué te sucede?”, le dijo Fidela, “¡parece
que vistes al diablo!”
“-Si
fuera el diablo yo no me asustaría, ahí está el juez que me
sentenció dos años atrás. Me dio dos años de cárcel y
tres de probatoria. Parece que se acordó que en aquel
momento lo maldije y le desee lo peor, pues pensé que se estaba
cometiendo una injusticia conmigo. Quizás viene a
enviarme a prisión para que cumpla el resto de la sentencia.
¿Qué puedo hacer Fidela? ¿Qué puedo hacer? No quisiera
tener que dejarlos nuevamente en esta crisis que estamos pasando.
Por favor, atiéndelo tú y explícale que tú y los niños me
necesitan. A lo mejor se compadezca y quiera dejarme ir”.
-“Está bien Juan, deja a ver qué puedo hacer”, contesto
Fidela, mientras el hombre insistía en tocar la puerta.
Cuando Adela se asomó a mirar, abrió la puerta rápidamente,
diciendo: -“Pero, Don Lolo, ¿Qué hace usted por aquí…?,
al mismo tiempo miraba para dentro de la casucha: - “Juan, no
te preocupes, es Don Lolo, el hombre que te dije, donde trabajé
ayer. Pero, pero… Juan dice que usted es el juez que…”
decía Fidela agitada, siendo interrumpida por el hombre.
-“Si yo soy el juez que sentencie a su esposo hace dos años”.
-“Pues, por favor, juez Lolo, no se lleve a mi pobre esposo.
El está tratando de no violar más la ley”, continuo la pobre
mujer. –“Cálmese Dona Fidela, cálmese. Yo no
vine aquí con ese propósito. Lo que sucede es que mi
buena esposa me estuvo contando todo lo que sabía de ustedes, y
yo decidí darles una visita de sorpresa en esta mañana.
Dígale a Juan que no se preocupe, que salga. Quisiera
solamente hablar con él”. En ese momento Juan salió tímidamente.
-“-Ho, ho, hola, Señor Juez, ¿cómo esta…? Y, y, y
¿qué le trae por ahí…?” “—“-Pues, mira Juan,
vengo a informarte que voy a conmutarte la sentencia…”
Pero Señor juez, yo no he violado la probatoria. Yo he
prometido no cometer otro crimen en mi vida, sino dedicarme a
cuidar mi familia”, -“No, hijo, no es que vas
para la cárcel, sino que no vas a estar más en probatoria.
Que serás un hombre libre, para que precisamente puedas
trabajar y dedicarte a tu familia”. En eso sale Juan
hijo, diciendo: “Señor Don Lolo, a mí es el que me tiene que
meter a la cárcel, pues yo no sabía lo que era y rompí el
sobre con el dinero de papeles, o como dice papi, de
certificados que ustedes nos mandaron ayer”. -“A ti
tampoco te voy a meter preso. Por eso no se preocupen,
pues aquí les traigo $500.00 para que puedan tener lo que
necesitan en este día. Además vine a invitarlos para que
se muden con nosotros a nuestra casa, ya que yo estoy por
retirarme y mi esposa está muy enferma. Si ustedes
estuvieran de acuerdo, Dona Fidela nos podría ayudar con los
quehaceres de la casa. Ustedes irían a la escuela y Juan
atendería mis negocios, ya que el empleado encargado resultó
ser un estafador y yo no tengo a nadie que lo sustituya.
Conozco muy bien el historial de Juan y sé que él crimen que
cometió pudo haberse probado que fue algo en defensa propia,
pero no lo hicieron. Por lo tanto no me quedo otro remedio
que sentenciarlo. Sin embargo no hay ninguna información
sobre ti que te califique como un ladrón o delincuente común.
De manera que les pido que acepten mi oferta. Otra situación
que debo decirles es que no tengo herederos a quien dejar mi
fortuna. Aparte de una parte que prometí a la iglesia
donde asisto, me gustaría dejar el resto a ustedes.
Quisiera que todos los niños estudiaran y pudieran tener una
carrera profesional”, dijo el juez muy emocionado, mientras
dos gruesas lagrimas bajaban por sus mejillas.
Aquella
acción de aquel honorable juez cambió el llanto en alegría,
Juan no podía creer lo que estaba ocurriendo, pensó que
tal vez estaba soñando y no deseaba despertar de aquel sueño
placentero. -“Claro que acepto honorable juez…” -
“Llámame solamente Lolo, hijo, llámame Lolo, pues ustedes
serán mi familia de hoy en adelante”. Juan le agradeció
primeramente a Dios, y luego al buen Lolo por su bondad, haciéndole
promesa a todos que desde ese momento en adelante sería un
hombre transformado, de quien se sintieran orgullosos. La
misma Fidela hizo lo mismo, prometiendo además que nunca más
escucharían una mala palabra de sus labios. Que trataría
de ser la mejor esposa y madre del mundo. Lo que parecía
ser una bebida de ajenjo, fue transformado en una de miel: Lo
que hubiese sido un camino pedregado, plagado de tropiezos, fue
transformado en uno de rosas sin espinas; fue transformado en
uno de esperanza y de fe, pues jamás aquella familia fue la
misma. El amor de un verdadero “rey mago”, fue como
una estrella fugaz que atravesara el firmamento de la vida.
Convirtiéndolo en perfume celeste que perfumó con la fragancia
del amor, aquel frasco hediondo de amargura. Convirtiéndose
en un gran milagro
la celebración de las octavitas de aquella Navidad del 1955…