En el pico montañoso del barrio Latorre de Lares se asoma orgullosa la Hacienda El Porvenir. Desde allí, se pueden divisar 10 pueblos, muestra Elliot Collazo, propietario y administrador de la hacienda. Inmediatamente se dirige al balcón y señala.
Collazo enumera como quien está acostumbrado: Utuado, Adjuntas, Yauco, Maricao, Las Marías, Añasco, Rincón,
Aguada, Aguadilla, San Sebastián, y por supuesto Lares. “De cada pueblo se ve un pedacito”, dice como quien jamás se cansaría de hablar de las virtudes del lugar donde se crió.
La fundación de la casona es una incertidumbre. Sin embargo, tanto Collazo como su esposa, Nancy Santiago, cuentan que la Hacienda tendría dos siglos debido a que la ascendencia de los Collazo se remonta a, al menos, siglo y medio, y los Collazo llegaron a la Hacienda cuando ya estaba construida. “La lógica lo dice, don Pepe nació y se crió aquí”, dice Santiago sentada en una mecedora de la terraza recordando a su suegro, José
Collazo, alcalde de Lares para la década de los sesenta, y quien murió a las 92 años. Antonio Collazo, un corso, fue el primero de los Collazo en llegar a la Hacienda. Para
entonces, éste tenía 18 años.
Tato Guzmán, autor del recién publicado libro Lares es Lares y el resto del territorio borincano es pura agua de colonia, la Hacienda El Porvenir opera desde 1892, donde se cultivaba café, tabaco, cítricos y farináceos.
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Según Guzmán, la Hacienda tuvo varios propietarios, y todos fueron colonizadores españoles antes que los Collazo la compraran. Guzmán detalla que la casona, que se extendió por 500 acres, es de estilo Colonial Mayordombre, “estilo arquitectónico típico de la región mallorquina de España”,
escribe.
Ya dentro de la casa Collazo, quien fue maestro de artes industriales, muestra una réplica, estilo maqueta, de la casa. Una vez sube el techo, hay muebles antiguos en miniaturas y muñecas con las que suelen jugar sus nietas cuando vienen.
El Porvenir soportó los azotes del tiempo y huracanes, como el San Felipe, San Ciprián y Hugo. Sin embargo, el techo de cúpula diseñado para evadir los vientos huracanados no resistió en 1998 a Georges, que la hizo trizas. Pero gracias al amor de los Collazo fue reconstruida.
Fueron necesarios más de $40,000 para restaurar la casona que quedó casi en sus cimientos. Collazo los financió como pudo, pues dice que no tuvo apoyo del gobierno. Los enormes pilotes de capá prieto los ayudaron a empezar de nuevo. También la voluntad de Collazo y su esposa. “No sé de donde saqué el valor”, recuerda Nancy, quien apenas se había retirado de maestra, cuando ocurrió el desastre. Según ella, el amor que le tenían al sitio les dio la fortaleza para retar la altura y el viento, que los “jamaqueaba”, a fin de revivir el histórico lugar. “Muchos no creían lo que veían”, admite al recordarse a más de 20 pies de altura con un sombrero de ala ancha junto a su esposo. Para entonces, ambos se habían retirado del magisterio. “Ahora no sé si me atrevería subir”, confiesa.
Una década después, el lugar sigue en pie, y más lindo que nunca. Un camino de robles amarillos recibe al visitante. Estos fueron donados por el Departamento de Recursos Naturales.
Al llegar, la casona, con techo rojo, se impone. Pero la vegetación y las montañas que la rodean complementan su belleza de antaño.
Una vez se accede al balcón de la casona, que se extiende alrededor de la fachada, está la sala, dos habitaciones, un baño y una cocina. El interior fue adaptado con el tiempo, especialmente después del huracán.
En la hacienda se han celebrado bodas, se realizan actividades y se han filmado anuncios de turismo. Ancianos que han visitado la casona, dice Collazo, aseguran que el lugar los transporta a la genuina vida campesina del pasado.
La Hacienda está ubicada en la carretera 431 km 1.7 del Barrio Latorre, a unos 15 minutos del pueblo. Abre al público, por un mínimo costo, los días feriados y de miércoles a domingo de 10:00 a.m. a 5:00 p.m. Favor de llamar con anticipación para anunciar su visita al 787-897-6195, 787-897-5197.
Por Yaritza Rivas-Nuevo Día
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